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lunes, 7 de diciembre de 2020

La matanza

(Remitido por el cofrade Don Francisco Trinidad)
Hemos entrado en diciembre, un mes matancero por excelencia.
Si nos paramos un momento a recordar aquellos diciembres de antaño, de inmediato nos llegan las madrugadas de matanza, la lumbre de llama alta, el caldero en las llares, las mujeres riendo y los hombres dándole al anís de El Mono, cafetín y un Celta tras otro.
Clarea, se sacrifica el cerdo, se ilumina la calle o el corral con la antorcha de la “albulaga”.
Cerdo a la mesa, manos, orejas y rabo al caldero. Se abre en canal y despiece al canto, tocino y grasas a un lado y carne magra al otro. Máquina de picar. Lleva su tiempo.
A continuación preparar los distingos guisos: chorizo rojo, blanco o salchichón y también patatera.
Mientras todo esto pasa y se realiza el amasado, las mujeres, unas limpian el mondongo con sus tripas, escaldan y limpian las manos, orejas y rabo y otras hacen las morcillas de sangre que impregna de olor verde perejil la estancia.
El Mono salta de mesa en mesa llevando con él, la risa, la broma y la alegría. Amasado terminado. Reposo. Prueba de cerdo y ajustes de sabor.
Media mañana y llegan las migas, mesa alta, caldero, cuchara y paso atrás. No faltará su ajito frito, su guindilla roja y sus machadas al lado.
A partir de aquí a embutir, al atado y casamiento de los chorizos para su cuelga.
Tarea acabada y a comer. Serán coles de matanza o alubias con morcilla o su cocido matancero. Sea lo que sea sabrá a gloria.
Café de puchero y cabezadas del mayor de la casa sentado junto al fuego.
Techo cubierto de anillos rojos, alegría familiar y sólo cabe que “salga buena” y hasta la próxima.              
El olor de esas reuniones lo tenemos impregnado en la piel como un perfume imperecedero, que recoge los efluvios dulces de la niñez en días felices a pesar de los pesares.