Vía de la Plata:
Desde el Valle de Ambroz hasta Cáceres.
Primera Parte: Hasta Hervás
Antonio Gázquez Ortiz
El viajero tiene conciencia de que el zurrón de las jornadas ha de ir llenándolo con sosiego, suspendiendo el tiempo en sutiles instantes cuando sea necesario y ha de tener los sentidos despiertos a lo que venga para el disfrute del viaje. La naturaleza y la arquitectura urbana se hacen placenteras a la vista y el viajero, ora caminante ora lazarillo, ha tomado conciencia de que debe sentirse parte de ambas. Con el oído atento percibe la respiración de la vida, con el tacto saluda a la gente de la tierra por donde camina. Con el olfato goza de los olores que desprenden la gastronomía del lugar y con el gusto deleita sus entretelas con la sinfonía de sabores que hacen diferente cada rincón de esta tierra ibérica.
Con este ánimo el viajero debe iniciar el andar si quiere gozar con los sentidos y acariciar el tiempo a cada paso. Y si el caminante me pregunta ¿qué mejor camino para tal empeño?, le respondo: la extremeña Vía de la Plata, donde encuentra en cada uno de sus valles, montañas y calzadas, viejas historias, confortables aposentos donde reposar y la gustosa gastronomía que hace más llevadera la ruta.
El viajero hoy se ha propuesto hacer camino por la Vía de la Plata, calzada romana, que nació de la necesidad comercial de unir Itálica y Emerita Augusta (Mérida) con Astúrica Augusta (Astorga). Y el musulmán anduvo por el Camino mozárabe del Sur y el cristiano por la Cañada Real de la Plata, y hoy se ha convertido, por la necesidad de la modernidad, en la carretera N-630 (Gijón-Sevilla) y en la Autovía Ruta de la Plata, A-66.
El trotamundos ya ha tomado conciencia de dejar a un lado las prisas y los ajetreos de estos días, y ha hecho promesa de afrontar las jornadas como el que acaricia el bello rostro de la naturaleza, con todo el tiempo para el placer sano de un buen yantar y un tranquilo caminar, y se dice: aquí detengo mis pies, acá contemplo un rostro, allí vuelvo mis pasos para tranquilidad de mis tragaderas con condumios de la tierra, acullá descanso mi cuerpo. Con ese espíritu se ha planteado adentrarse por el Camino norte cacereño, que tiene su puerta en Baños de Montemayor y camina hacia el sur hasta la misma Cáceres medieval.
Cuando nuestro caminante entra en tierras extremeñas se toma un respiro y en silencio desde el alto del recodo de la carretera N-630, que nos aproxima a su comienzo le aparecen los tejados rojizos de Baños de Montemayor y, allá en el horizonte, el Valle de Ambroz por donde se propone llevar su caminar. El Valle regado por el río Ambroz construye con rocas y agua una sinfonía de cascadas y gargantas que van desde la cumbre más alta, el Pinajarro, hasta los prados y llanos del valle. Al viajero le han contado, o alguna palabra amiga le ha dicho, que puede descansar su maltrecho cuerpo en este pueblo artesano y tomar las aguas salutíferas de sus Balnearios. Ha hallado fonda para sanar las entretelas de la celeridad en el confortable Hotel Balneario, pero si el bolsillo del caminante está más ligero puede relajar el cuerpo en otros como los Hoteles Galicia o El Molino, ambos son amigos del viajero y le ofrecen una cocina tradicional donde degustar los productos típicos de esta tierra, como el tostón, el cabrito o el lomo de cerdo adobado. Pero si, ya descansado, busca palpar la naturaleza puede hacerlo por la original calzada romana Vía de la Plata, muy bien conservada. También le han propuesto las gentes del lugar pasear por el casco urbano para disfrutar de la Iglesia de Santa Catalina o la Parroquia de Santa María, ambas del XVI-XVII.
El viajero anda en el pensamiento si de peregrino o de rutero, que ambas modalidades dan satisfacción. Desde Baños de Montemayor se acerca por la carretera CC-V-16 a la localidad de La Garganta, allí pretende subir al techo serrano con sus más de mil metros de altitud y contemplar el amplio Valle de Ambroz. En este pequeño rincón de la vertiente sur de la Sierra de Candelaria admira un paisaje limpio, que se acompaña con la musicalidad de sus gargantas y torrentes naturales. Allí es fácil buscar el descanso para degustar dos típicos platos de esta zona: las patatas a la revuelta y el caldero de cabrito.
Apaciguado el apetito con una caldereta de cordero y un zorongollo vuelve a retomar la carretera tras un descanso para amortiguar el resuello y continuar por donde los pasos le han llevado a estas alturas candelarias, que en períodos invernales se tornan blancas y diáfanas. De vuelta a la carretera N-360 busca y halla entrar en ese valle que ha oteado desde las alturas, pero toma un pequeño desvío para hacer parada y fonda en un pueblo que ha ido guardando el tiempo entre sus barrios, entre sus calles y entre sus piedras: Hervás.
Para llegar a esta localidad, que fue de la Orden del Temple y perteneció al Señorío de Béjar, toma la carretera EX-205 a pocos kilómetros de dejar Baños de Montemayor en dirección sur. En breve le hallamos en esta población en la que se le despiertan los sentidos, pues aquí se debe usar la vista para visitar su bien conservado barrio judío cuyo origen se remonta al siglo XIII y que sitúa sus calles estrechas y sinuosas, construidas de casas en madera, piedra y barro, junto a la ribera del río Ambroz. El viajero ya está avisado de las calles sinuosas y de la arquitectura entramada, de los balcones de madera y del "sabat". Y es que en este barrio el tiempo se esconde en las esquinas y de cuando en cuando se escuchan salmos de la Torá, que hace que nuestro viajero se detenga, escuche y vuelva sobre sus pasos. El caminante retorna a la vía y lo tiene fácil, le han dicho, pues los puentes de Santihervás y el de la Fuente Chiquita, le sitúan otra vez en su camino. Pero el viajero, al tiempo que deja tras de sí la judería, el ánimo le dice que debe parar en el Palacio barroco de los Dávilas que acoge el Museo Pérez Comendador-Leroux, las Iglesias de Santa María y de San Juan y en el Antiguo Monasterio de los Franciscanos, y es que, como buen caminante, adapta sus cueros al paisaje y al paisanaje.
Pero el viajero, cuando el día ha vencido ya su mitad, debe de hacer parada y reponer fuerzas en los restaurantes que le ofrece la ciudad: Mesón Casa Luis de exquisita cocina sefardí, de la que destaca el estofado con castañas o miel, el pastel de castañas o de higos, pero no olvida la cocina tradicional extremeña como el zorongollo o la caldereta de cabrito. También tiene idea de visitar El Almirez, coqueto restaurante cuyo comedor está decorado con gusto y un cierto aire sofisticado, en él encuentra una bien cuidada cocina de la alta Extremadura: migas, zorongollo y cabrito al modo de Hervás.
Al final de la jornada debe buscar fonda para hacer descanso, y qué mejor que en los apartamentos rurales El Canchal de la Gallina, donde convive confortablemente con la naturaleza, o en los bungalows de la Aldea Vetonia que se encuentra en las estribaciones de la Sierra de Gredos; esta aldea está diseñada para integrarse en el entorno y cuenta con 30 bungalow de dos o cuatro habitaciones, y desde este acogedor recinto se pueden visitar zonas tan conocidas como el Valle del Jerte o la Vera. Y si desea quedarse en la ciudad tiene el hotel Sinagoga o la Hospedería Valle del Ambroz, ambos de confortable estancia y servicio.
Continuará
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