domingo, 21 de diciembre de 2025

Navidad y la gastronomía extremeña

 La gastronomía de la Navidad

José Enrique Campillo Álvarez

Cofradía Extremeña de Gastronomía

Adoración de los pastores - Francisco de Zurbarán

Museo del turrón - Castuera



Portal de Belén - Cáceres


🎶, Navidad, Navidad, pobre Navidad 🎶

Yo viví aquellas Navidades que comenzaban el 22 de diciembre, el día que nos daban las vacaciones en el cole. Entonces era cuando se ponía el nacimiento. El árbol de Navidad solo se veía en las películas americanas del cine Norba. 

Ese día mi madre compraba los turrones, que los guardaba bajo llave en la despensa (entonces había despensas con llave) fuera de la voracidad de sus siete hijos. Y solo se consumían en las cinco comidas oficiales. Solo había dos cenas y dos comidas en toda la Navidad y no existía ni “tardeos” de bares, ni cenas de amigos, ni de empresa. Solo había cinco excesos, los oficiales y familiares: Nochebuena y Navidad de sobras, Nochevieja y Año Nuevo de sobras y luego Reyes con el roscón y la copita para sus majestades y la paja para los camellos.

Pero hoy las fiestas de Navidad ya no son lo que eran. Los turrones se empiezan a vender en septiembre, las luces se ponen en octubre y en noviembre ya los peces beben y beben y vuelven a beber en El Corte Inglés y demás centros comerciales.

Además de las pérdidas de las tradiciones culturales, religiosas y familiares, asistimos a una pérdida drástica en lo que se refiere a la gastronomía. 

La Navidad, con poco o con mucho que hubiera en casa, siempre ha sido una fiesta gastronómica. Era el momento del lucimiento con esos platos especiales, a veces elaborados con lo que se tenía más a mano. Eran platos extremeños de cordero o cabrito, de pollo de corral, de consomés elaborados a base de hervir una gallina vieja durante más de seis horas, de dulces caseros, bizcochos, perronillas, magdalenas, roscos blancos, roscas de alfajor. Y, al final, un trocito de turrón, polvorón o mazapán para el cava o la copa de machaquito con la que brindar.

Luego noche de villancicos, de panderetas y zambombas hasta las tantas. Sin móviles ni programas de televisión.  Solo mucha ilusión y ganas de pasarlo bien.

Hoy todo eso está desapareciendo a pasos agigantados. Ya no hay estímulos para preparar con cariño una deliciosa cena de Nochebuena ya que hoy los comensales llegan a las tantas después de toda una tarde comiendo y bebiendo por los bares con los amigos. Tampoco hay ningún interés por preparar una cena maravillosa de fin de año ya que una parte importante de la familia está arreglándose y pegados al móvil concertando citas para salir de cotillón o de discoteca. Y nada de Reyes Magos, esto está desaparecido casi por completo. Un roscón a media tarde es el único vestigio que sobrevive. 

Disculpen mi pesimismo, pero eso es lo que hay. Y como decía mi padre, hace ya un montón de años: ¡Hijo, esto no hay quien lo pare! Si hoy levantara la cabeza… Pero no sirve de nada mirar para otro lado. 

Desde esta tribuna de la Cofradía Extremeña de Gastronomía voy a incidir en   la inexorable pérdida de tradiciones culinarias navideñas que se están produciendo en todos nuestros hogares. Y como estoy de bajón, el futuro se me ofrece aterrador. 

Como si fuera una serie futurista y truculenta de Netflix, veo las gambas de Huelva sustituidas por una especie de pasta con forma de gambas, elaborada a base de surimi y proteínas de moscas negras (de esto ya se está construyendo alguna fábrica en España). Y el plato de jamón ibérico reemplazado por finísimas lonchas de proteínas de gusanos de la harina entreveradas con finas tiras de grasa de palma solidificadas por hidrogenación.  Alguno pensará “Campillo se está pasando”. Pero el otro día escuché un programa en el que un productor de unos excelentes turrones de mi tierra extremeña se lamentaba de los derroteros por los que iba la demanda de este dulce navideño: turrones de palomitas, cacaolat, panettone, doritos, patatas fritas, turrón de pizza margarita, de nachos Tex-Mex, de galletas con crema ahumada o de gofre con pollo frito. Y aún hay más.

Ante esta situación ¿qué deberíamos hacer? Deberíamos esforzarnos un poco y elaborar algunos de los platos navideños que recordemos de nuestra infancia. Disfrutaremos del guiso y haremos algo de pedagogía gastronómica entre los más jóvenes.  

No obstante, dejando a un lado los negros augurios, las Navidades más felices son aquellas que llenos de alegría y de salud disfrutamos en compañía de nuestros seres más queridos. Esas son las que yo les deseo en mi nombre y el de la Cofradía Extremeña de Gastronomía a todos los extremeños.