viernes, 9 de abril de 2021

El camino norte cacereño de la vía de la Plata - Segunda parte

 Vía de la Plata:

Desde el Valle de Ambroz hasta Cáceres.
Y segunda Parte: De vuelta en Cáceres

Antonio Gázquez Ortiz

De vuelta a la columna vertebral de la ruta romana el caminante viaja hacia el sur y al poco se encuentra con Aldeanueva del Camino abierta de par en par a la N-630. Su plaza de Mercado se engalana con balconeras de madera que le avisa de otros tiempos de sosiego y en sus soportales condumios de calderetas y potajes pastoriles. El viajero desea reposar por lo que dirige sus pasos apenas tres kilómetros hacia Abadía; allí en plena Cañada Real de las Merinas, los monjes cistercienses buscaron el suelo fértil de la orilla del río Sotofermoso y construyeron la Abadía, que el paso de los siglos la han convertido en hospedería de reyes y caminantes, y en la que hoy encontramos un confortable hostal por nombre Hostal Guía del Abad, de seis habitaciones dobles con cafetería y terraza soleada. En este lugar también el viajero admira los jardines mudéjares del Palacio de Sotofermoso o de los Duques de Alba, o el Convento de la Bien Parada. 

Ahora toma dirección oeste, camino de la que fue Granada hasta la conquista por los Reyes Católicos tomando el nombre de Granadilla, pero antes debe de detenerse en Zarza de Granadilla para tomar fuerzas con algunas delicias culinarias como la sartenada de níscalos o embutidos de ibérico. Ya repuesto se toma dirección Granadilla, de la que un cartel a la salida de Zarza nos avisa de que a once kilómetros se va a encontrar con la península amurallada de Granadilla en el Pantano de Gabriel y Galán. Esta villa, conjunto histórico-artístico, cuyo origen árabe se remonta al siglo XI, es visita obligada. El viajero halla una ciudad amurallada, en cuyo acceso se muestra una formidable torre muy bien conservada.

El viajero se detiene a un lado de la carretera, se sienta en una peña y para el tiempo: el viajero tiene el barrunto de observar los campos, y escuchar el aire entre las hojas de los encinares. Al viajero le han dicho que es bueno detener el tiempo, y al poco ya está dispuesto a marchar hacia la ciudad natal de José María Gabriel y Galán, Guijo de Granadilla para hacer un alto en la Casa-Museo del escritor. 

Es el momento de buscar la sorpresa en el Valle de Ambroz, y, si está avisado, pronto la encuentra, a 7 kilómetros de Guijo, y en dirección a la N-630 halla el Arco cuadrifonte de Cáparra y las ruinas romanas de la ciudad de Capera, pero a poca distancia el viajero vuelve a tener la presencia de la Vía de la Plata, pues el Puente sobre el río Ambroz nos lo cuenta con el idioma que sabe: el encanto de los símbolos mudos de sus piedras. 

Deja el trotamundos las ruinas romanas y trasiega su andar entre alcornocales y encinares o entre olivares y apartados donde los ganados contemplan al transeúnte, que se dirige en busca una vez más de la N-630, para dirigirse hacia el sur hasta Oliva de Plasencia. Detiene su cuerpo para contemplar la magnífica Iglesia de San Blas del siglo XVI y el Palacio de los Condes de Oliva del siglo XVII, pero el hecho que busca es la constatación de que anda por la Vía de la Plata y pronto lo halla. En el recodo de una esquina de Oliva presencia un magnífico miliario que tiene el número de CXII y que nos cuenta es de la época del Emperador Adriano. 

Pero el trotamundos prosigue su camino y retoma la carretera que le lleva a Plasencia, aquí esta vez no se detiene, esta ciudad necesita otra disposición, otros ánimos que ahora desea gastar en otros rincones, que le pide sus entendederas descubrirlos poco a poco,  saboreándolos como la deliciosa vianda de nuestra madre, que a cada cucharada le recuerda su historia particular, sus propios sabores y olores, por ello rebusca el viajero esa naturaleza con la que desea confesarse  a hurtadillas y casi en susurros. Ahora es momento de indagar ese lugar, para ello retoma otra vez más la Vía de la Plata, de la que nunca se ha apartado, y llega al Puerto de los Castaños y allí toma la dirección de Torrejoncillo, que a medio camino halla el camino de Pedroso de Acim, pues desde rocas y tamujos verá el valle del río Alagón con su confluencia con el río Jerte. Desde este lado se abre al viajero el Monasterio de El Palancar, situado entre encinares y rocosidad, entre naturaleza e historia, entre el recuerdo de San Pedro Alcántara, y entre la pequeñez de la humildad y el silencio. 

El viajero también necesita alimentar su espíritu y las carnes de sus cueros, de ahí que haga parada de condumio a trescientos metros del Monasterio, en el Restaurante El Palancar, todo un lujo para los sentidos: en él entrenamos la visión de un amplio valle y nos asentamos con tranquilidad, olvidando la celeridad de los días que vivimos. Uno debe de contener el tiempo en un aliento y meterlo en su mochila porque es hora de recibir su cocina, hecha de curiosidades culinarias extremeñas, porque allí se miman los pimientos rellenos de esencias del río Alagón, o el solomillo de ibérico, o el entrecotte de ternera, o de cuidados productos ibéricos, o de la Torta del Casar, que es el preámbulo para las horas que nos quedan antes de pisar las empedradas calles cacereñas.  En este tiempo el yantar es la satisfacción del cuerpo, aunque el espíritu tampoco lo desaconseja. Puede que el viajero se quede prendado del entorno, y se haga necesario buscar posada, que no lejos la encuentra, en el vecino pueblo de Pedroso de Acim, en la Casa Rural El Postigo.

Ya atisba el final del viaje el trotamundos, pero antes dos paradas: Garrovillas y el Casar de Cáceres.  En la primera el viajero se sienta en el centro de su plaza Mayor y con recogimiento observa cada arco y cada soportal que dibujan una geometría de luces y sombras. Allí hace recuento de las jornadas, despierta una vez más sus sentidos y escucha el sonido de sus pinares. Pero al caminante aún le queda tiempo para dejarse seducir por la gastronomía del Casar de Cáceres, en la que sus estrellas son la Torta del Casar o las tencas. Pero en esta localidad el viajero ha encontrado donde dar satisfacción al gusto y aposentarse: el primero lo encuentra en Casa Claudio o en Los Torreones, y lo segundo en los hostales Las Encinas o Richardson. 

Al viajero no le queda más que descansar de sus jornadas, también mirar en su mochila y descargar las experiencias, aunque está pensando volver, pues la medieval Cáceres necesita de otro tiempo y de renovar el ánimo.  

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