lunes, 18 de marzo de 2024

La gastronomía en Gabriel y Galán (y 2)

 La alimentación y la gastronomía en la obra de Gabriel y Galán (y 2)

Teresiano Rodríguez Núñez

Texto de su conferencia en la Jornada “La gastronomía en dos poetas populares extremeños: José María Gabriel y Galán” celebrada en Guijo de Granadilla el 19 de noviembre de 2011






TAMBIEN HUBO BANQUETES

Ya hemos dicho que Gabriel y Galán fué siempre, según los que le conocieron y trataron, hombre sobrio y austero. Tal vez por eso se trasluzca más en su obra la austeridad de campesino castellano, la compasión ante la pobreza de las gentes, caso de los hurdanos de la época y de muchos de quienes le rodeaban, jornaleros en sus predios, y a los que trataba con toda consideración. Sin embargo, también en su obra hay espacio para referirse a situaciones en las que vivió la abundancia. Véase, por ejemplo, “Entre yo y el mi criado”. En una composición asonantada, cuenta la conversación entre un amo y su criado, que en realidad no es más que la narración en tono humorístico de su propia experiencia, cuando en una visita a Guijuelo, un grupo de amigos le organizaron una merienda campestre en julio de 1902 (Cf. Obras completas. Edición de José María y Jesús Gabriel y Galán Acevedo. Edit. Regional, 2005. Pág. 251):

En la hierba esparramáos
¡vengan lechugas bien blancas!,
vengan ternera y perdices,
venga luego pavo a esgancha,
venga tostón bien dorao
y luego, pa hacer más ganas,
vengan cosinas menudas,
venga salchichón en rajas,
vengan buenas aceitunas,
venga todo...¡menos agua!
Y a la postre, pa que a nadie
le repunase la grasa,
vengan golosinas ricas
que no sé como se llaman,
pero son unas tortinas
que tiemblan cuasi de blandas”.

Algo parecido ocurre en otra de sus composiciones, “En fabla del lugarejo”, que no es sino la forma de contar y agradecer el homenaje que se le hizo en Cáceres el 28 de diciembre de 1902 y que él le cuenta a su “compadri Cleto”, aunque en realidad lo leyó al final del almuerzo:

“N’a más que quisiera/ que por un bujerino bien chico/ golío lo hubieras. /¡Juy, Dios, qué salota!/ ¡Juy, chico, qué mesas!/ ¡Juy, Dios,qué comías!/ ¡Juy que güenas bebías aquellas!/ ¡Juy, qué cigarrones...!/ Los llamaban brevas...”. Y más adelante repasa, en el mismo tono zumbón y humorístico, las bebidas: “¡Y vengan cafesis,/ y vengan botellas/ que estrumpían lo mesmo que tiros/ y jacía el licol al verterlas/ un espumarajo/ que cocía de puro la juerza”.

En los tiempos del poeta, algo que no faltaba en las casas eran los dulces, especialmente en fiestas señaladas. Dulces tradicionales, en general de sartén, al menos en comarcas donde uno de los productos importantes era el aceite, como es el caso del Guijo. En uno de sus trabajos en prosa, titulado “El tío gorio”, este personaje, un hombre del pueblo, comenta con su mujer, “la tía Pulía”, hechos y costumbres, vida y milagros de unos y de otros; entre ellos, del “tío Gorrilla” y la parienta, de quienes son compadres. “La tía Pulía”, más lista que el hambre, pero chismosa como tantas mujeres de pueblo, le comenta al “tío Gorio”:

“¡Pues no sos quio decir na de las dos mocitas de nuestra comadre! ¡Que las revendiera a dambas! ¡Má que las crió, y qué fiesteras, y qué monas, y qué holgacianotas, y qué amigas del buen bocao, que no gana su padre pa golosás! Allí rosquillas, allí coquillos, allí perrunillas, allí floretas, y venga a escachar güevos, venga mercar azúcar, y la fanega de trigo p’al tío de las uvas, y la tarja diendo y viniendo de la taberna y un buen caramillo de trampas en cá las tenderas...¡Quítalas delante, y quien cargará con ellas!”.

No terminan aquí las menciones de Gabriel y Galán, tan observador y tan apegado a los usos y costumbres populares y tan amante del campo y los campesinos. Hay una composición suya que si hubiera un libro titulado “Bucólicas”, igual que existe “Castellanas”, “Extremeñas” o “Religiosas”, debería figurar en su frontispicio: “Los pastores de mi abuelo”.(Digamos, entre paréntesis, que en vida del poeta se publicó “Campesinas”, libro de temática más amplia y en el que se incluye la composición mencionada). Hasta la métrica utilizada parece reflejar el sosiego de los anocheceres, dejando oír los rumores del campo y situando al lector desde la primera estrofa en medio de una escena netamente campestre y extremeña:

He dormido en la majada sobre un lecho de lentiscos,
embriagado por el vaho de los húmedos apriscos
y arrullado por murmullos de mansísimo rumiar;
he comido pan sabroso con entrañas de carnero
que guisaron los pastores en blanquísimo caldero
suspendido de las llares sobre el fuego del hogar”.


Ante estos versos, uno revive los chozos de los pastores de su infancia: delante, la “ranchera”, un espacio enlosado con la lumbre en el centro, donde se cocinaba en pequeños calderos de hierro lo que hubiera a mano, como la “chanfaina” o los menudillos, que aquí menciona el poeta; y desde algo más allá llegaba el sonido espaciado de algún campanillo, al removerse las cabras o las ovejas, que dormían en los “corrales”, en las majadas próximas.

Gabriel y Galán vivía, ya lo hemos dicho, en Guijo de Granadilla. Pero se movía por los pueblos del entorno, en algunos de los cuales también tenía fincas Juan Antonio Rivero que él debía administrar o tenía que hacer negocios de ganado. Por eso los pueblos, sus personajes y sus cosas, aparecen con frecuencia en su obra. Y no quiero dejar de citar una de sus poesías, “Al doctor y a su lugar”. Se trata de una composición en quintillas, que le gustaban y manejaba con soltura el poeta. Fue escrita en el verano de 1904, a petición de la comisión organizadora de un homenaje que el pueblo de Zarza de Granadilla ofreció al Dr. Eloy Bejarano Sánchez, natural de dicho pueblo, y que ocupaba el cargo de Inspector General de Sanidad Interior en Madrid. En un momento de la composición, interrumpe el ritmo de las quintillas para seguir haciendo cuartetas, a modo de coplas muy al gusto del pueblo, a veces llenas de ironía e intención, y que se utilizaban en canciones de ronda o similares. En ese arranque coplero, dice el poeta:

Para pimiento, Aldeanueva;
para verduras, la Granja;
para pastos, Granadilla;
para doctores, la Zarza.
El Guijo, para canchales;
para buen vino, Mohedas;
para amante de sus hijos
toda la tierra extremeña

LOS PELIGROS DEL VINO

Ya he dicho antes que Gabriel y Galán fue hombre de extraordinaria sobriedad y más en lo que al consumo de vino se refiere. En las pocas ocasiones que se menciona el vino en su obra, siempre aparece la prevención respecto al mismo. Y no es de extrañar si se tienen en cuenta dos circunstancias: la primera es su origen y su lugar de residencia. Frades de la Sierra, su pueblo natal, pertenece a la comarca natural salmantina de Sierra de Francia, una franja que se extiende al norte del Sistema Central limitada al este por la carretera N.630 (hoy, autovía A.66) y al oeste por la Peña de Francia. Frades se encuentra a unos 20 kilómetros de Guijuelo en dirección noroeste. En muchos de los pueblos de esta zona ha sido abundante la producción de vino, que abastecía no sólo a la comarca, sino a otras limítrofes, incluídas las extremeñas. Todavía hasta el último tercio del S.XX, era un espectáculo ver por los caminos de las Hurdes en vísperas de los Carnavales verdaderas reatas de caballerías cargadas con pellejos de vino, procedentes de localidades serranas como Mogarraz, Cepeda o Sotoserrano. También en la comarca de Granadilla, donde se enclava el Guijo, la viña era cultivo común, aunque no fuera predominante. Hace un momento se acaba de citar el poema “Al doctor y a su lugar”, referido al médico de la Zarza, Dr.Bejarano, y allí, en sus coplillas nos decía G. y Galán “El Guijo, para canchales;/ para buen vino, Mohedas”. Y bien cerca del Guijo queda Ahigal, donde también abunda el vino.

La segunda circunstancia a la que antes me he referido es que en todas estas comarcas el vino era bebida de uso común que, de un lado, formaba parte de la dieta alimenticia, y de otro, era de presencia obligada en cualquier celebración festiva, incluidos los domingos. La taberna y el vino eran como un rasgo distintivo del hombre adulto de estos pueblos. Y donde estaba el uso, cabía el abuso. Gabriel y Galán debió conocer más de un caso en el que el abuso de “la bebida” fuera causante de no pocos problemas personales y familiares. Únase a eso su carácter y su formación cristiana, su preocupación por los problemas de la gente de su entorno, y se comprenderán sus prevenciones frente al alcoholismo.

Quizás donde mejor se percibe su actitud frente al vino y el alcoholismo sea en la composición “EL MATÓN”. Cuenta allí el poeta –en unos versos, por cierto, que no le hacen honor y recuerdan las coplas de los ciegos contando crímenes- la “hazaña” de Andrés “el Sangrero”, un mozo brabucón, tabernario y pendenciero. “Una noche en la taberna/ --¿y dónde iba a ser el caso/ sino allí donde gobierna/ todas las cosas el vaso?--/ seis mozos, alegremente/ estaban bebiendo de eso/ que llama vino la gente/ pero que es tinta con yeso”. No merece la pena seguir con la historia, que se resume fácilmente: el matón les manda callar, los seis mocitos se engallan, aquel tira de navaja y mata a dos, va a la cárcel y acaba ajusticiado.

Más interesante y divertida es otra composición, en la que en tono zumbón comenta los efectos del vino. En realidad se trata de un brindis improvisado a los postres del banquete que se le ofreció con motivo del nombramiento como hijo adoptivo de Guijo de Granadilla el 13 de abril de 1903. Al final de aquel almuerzo, algunos de los asistentes ya debían estar alegres hasta el grado de la euforia. Y se arranca el poeta de esta manera:

No es cosa fácil brindar
después de tanto comer,
ni conviene mucho hablar
después de mucho beber”.

Y continúa enumerando los efectos perversos del vino cuando se bebe más de la cuenta: marea, amodorra, enreda la lengua, se ve doble...Y sigue con los consejos:

Por eso es bueno, a mi ver,
este consejo adoptar:
si se ha de hablar, no beber;
si se ha de beber, no hablar.

Yo voy a hablar, porque creo
que no hablaré en tartamudo,
pues ni barrunto el mareo
ni tengo en la lengua un nudo.

Porque al vino en dosis grandes
le digo al beberlo así:
“No quiero que tú me mandes,
quiero yo mandarte a ti”.

En ese tono continúa el poema, que no es cosa de citar entero. Creo que lo dicho basta para poner de relieve las prevenciones de Gabriel y Galán ante la bebida, de la que en su época y en aquellos pueblos muchos sin duda abusaban, siendo origen de no pocos conflictos familiares y sociales. Quienes ya vamos teniendo años, todavía hemos sido testigos de ello.

Es hora de acabar. Las citas y recuerdos traídos hasta aquí bastan para hacernos ver que Gabriel y Galán, un poeta enraizado en el pueblo, que conoció y vivió sus usos y costumbres, es capaz de incorporar a su obra algo tan cotidiano como la comida y la bebida, en unos casos trascendida, en otros como testimonio doloroso de la miseria y la injusticia, en algunos como manifestación de la amistad y la alegría. Creo, incluso, que la aproximación que él hace a lo relacionado con la alimentación y la gastronomía nos puede ser útil a los cofrades de nuestra Sociedad, en la que procuramos llevar de la mano los aspectos culturales y sociales de la gastronomía junto a los placeres de la buena mesa: que no es comer a dos carrillos y beber sin tino, sino disfrutar de la vista, el olor y el sabor de un plato bien cocinado y poderlo compartir con los amigos. Estoy seguro de que, si hoy Gabriel y Galán estuviera entre nosotros, disfrutaría de nuestra charla y de los platos que luego vamos a degustar, los mismos que con seguridad él saboreó muchas veces. Yo desde aquí, sólo quiero desearles que los disfruten y les aprovechen.

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