domingo, 21 de mayo de 2023

Las cinco yerbas

 LAS CINCO YERBAS

Valentín Domínguez Cerrillo
Cofradía Extremeña de Gastronomía


Recuerdo la casa en que vivían mis abuelos allá por mediados de los años 50. Era una casa antigua en el barrio viejo. La calle Nidos va desde la calle Moros, justo donde Juanita Elguezábal abrió el teatro "Varietés" allá por el año  1885, hasta la plaza de las Canterías, dónde estuvo el teatro "Principal", inaugurado en 1802 y del que todavía se conserva parte del escenario (en plena ruina) y donde en mis años niños tenía la panadería "La Rumalda", al lado justo del Palacio de La Audiencia.

La casa tenía dos pisos. Buena parte de la segunda planta la ocupaba la cocina, enorme, (o al menos eso me parecía a mí). El fogón, de obra, tenía tres o cuatro hornillos de carbón o de madera, con sus tiros correspondientes para regular el calor y por los que se introducía, para encenderlos, un papel de estraza empapado en aceite y por los que había que sacar la ceniza cuando ya estaba fría. Tenía, también, una puerta de hierro que cerraba el horno y que no recuerdo haber visto funcionando jamás.

Cubriendo los fogones una chimenea de campana capaz de hacer desaparecer los humos y los olores.

En un rincón estaba el tinajero lleno de tinajas y cántaros de barro con aguas de las diferentes fuentes: El agüita de la Fuente del Concejo, para beber. La de Fuente Fría para remojar los garbanzos. Para lavar la ropa, como no, la de Aguas Vivas y la del Corchito para el pelo, que cada agua tenía sus propiedades y sus  destinos. Ahora casi todas esas fuentes están contaminadas y sus aguas no son ya potables, algunas, como Fuente Hinche, son un auténtico basurero.

La luz entraba por una ventana que daba a la calle. El alféizar era una losa de pizarra que sobresalía de la fachada y que estaba protegida por una barandilla de madera. Sobre él ponía mi abuela a entibiar  -entonces no había neveras- las natillas de huevo de verdad, con sus galletas flotando y su toque de canela, que eran el postre más frecuente en las calurosas noches del verano cacereño. 

Las macetas no faltaban en él. Una con claveles, otra con nardos, los “geráneos” de siempre y las hierbas de la cocina: Las "cinco yerbas", que las llamaba ella.

Perejil: "Perejil en Mayo, perejil para todo el año", solía decir. Es, con certeza, la hierba más utilizada en la cocina, se usa para casi todo. ¡Hasta de adorno! 

Cilantro: O culantro. Imprescindible en cualquier plato que llevase habas, recuerdo que el hortelano incluía una cañita de cilantro de regalo cuando ibas a comprarlas.
Es una hierba muy curiosa, o la amas o la odias; pero no hay términos medios. Es muy usada en la cocina portuguesa, sobre todo en la alentejana en la que son habituales las "coentradas".
Yo estoy en la lista de los amantes.

Hierbabuena: Debí llamarla "presta", que es su nombre en castúo aunque los ingleses la consideran muy suya y la llaman menta inglesa.
Lo cierto es que para mi abuela solo tenía una utilidad: El cocido. Se cultivaba "la presta p´al cocido" y el cocido era el alimento habitual de casi todos los días. No se concebía una sopa de cocido si no llevaba un par de cañas de presta que se echaban en el último momento.

Albahaca: ¿Te imaginas una sopa de tomate sin albahaca? Vamos, ni de broma. La albahaca no podía faltar en ningún guiso que llevase tomate, aparte de ser el mejor remedio para impedir que entrasen mosquitos por la ventana.
También se le atribuían propiedades milagrosas. Era la única hierba que se ponía a secar para usarla fuera de temporada.

Guindillas: Adoro el sabor picante. Recuerdo aquella caja de madera que guardaba las guindillas secas que mi tía ponía en las sopas, en la judías y en aquellos callos tan tiernos de la abuela..... siempre con el toque picante de las guindillas. Se cultivaban en la maceta y, cuando ya estaban todas bien rojas, se arrancaba la planta entera, incluidas las raíces para colgarla boca abajo detrás de la puerta de la alacena. Cuando estaban secas, pasaban a la caja de madera que tenía en el fondo una capa de semillas blancas que servirían para tener nuevas plantas el año siguiente.

En nuestra sociedad actual de consumo, ya nadie o casi nadie, cultiva hierbas aromáticas, entre otras razones porque la lista ha subido a más de una docena y las encuentras habitualmente en los viales del hipermercado incluso fuera de temporada y en varios estados (frescas, secas al sol, congeladas o liofilizadas). 

No consigo, por otra parte, imaginar a nadie cultivando perejil en la ventana de un quinto piso. 

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